"Nadie por ser joven vacile en filosofar ni por hallarse viejo de filosofar se fatigue. Pues nadie está demasiado adelantado ni retardado para lo que concierne a la salud de su alma. El que dice que aún no le llegó la hora de filosofar o que ya le ha pasado es como quien dice que no se le presenta o que ya no hay tiempo para la felicidad. De modo que deben filosofar tanto el joven como el viejo: el uno para que, envejeciendo, se rejuvenezca en bienes por el recuerdo agradecido de los pasados, el otro para ser a un tiempo joven y maduro por su serenidad ante el futuro. Así pues, hay que meditar lo que produce la felicidad, ya que cuando está presente lo tenemos todo y, cuando falta, todo lo hacemos por poseerla."


Epicuro: Carta a Meneceo

domingo, 19 de septiembre de 2010

Del subconsciente, para una mente desconfiada

Una mañana desperté con los sentidos relajados, con la mente frágil y volátil, llena de sentimientos ridículos, y absurdos pensamientos listos para salir a través de las alcantarillas de mi cuerpo, expulsados por el calmado llanto que guardaba mi alma.


Y lejos de estar conciente de lo que me pasaba en la mente, escribía las respuestas a las preguntas que me dictaba el demente subconsciente:


“¿Qué se hace cuando la desconfianza impide que la noción de una idea cruce la barrera del pensamiento, de lo abstracto a lo concreto, y evita que la semilla se convierta en un imposible rosal sin espinas?


Se debe obtener coraje. Centrarse en ver al mundo como si del paisaje de la foto de tu alma se tratase: detrás tuyo sin enfoque, ni razón por la que tristeza te provoque.


¿Y luego?... ¿Qué se hace cuando ya no se tiene el suficiente coraje para manejar el destino a libre albedrío y predominan en uno los problemas, complejos y desdichas?


Lo primero que se hace es calmarse, pensar, aguantar los altibajos.

Lo último es llorar.


Y... ¿Qué pasa si pensaste en llorar, y lo hiciste porque te diste cuenta que no eres capaz de cambiar aquello que nunca dependió de ti?


Pasa que empiezas a escribir. “

sábado, 3 de abril de 2010

Lo difícil que es Empezar

Lo difícil que es empezar,
se compensa con la recompensa que obtenemos al final,
una vez que recuerdas cada paso que diste
cada lagrima que perdiste,
cada sueño que tuviste.

Empezar el día,
o continuar luego de la salida.
Todo comienzo es el mismo:
empieza con un paso, y le siguen puntos suspensivos.
Rutas infinitas: miles de entradas, cientos de salidas,
docenas de distracciones y siempre menos de un par de amigos.